Había una vez una pareja que se conoció en la universidad. Él era un estudiante de ingeniería y ella era una estudiante de derecho. Desde el primer momento supieron que había algo especial entre ellos, una conexión indescriptible que los hacía sentirse completos.
Decidieron darle una oportunidad a su amor y comenzaron una relación. Los primeros meses fueron mágicos, parecía que todo era posible y que nada podría separarlos. Pero como todas las historias de amor, también tuvieron sus altibajos.
Había momentos en que discutían por tonterías, en que se sentían frustrados o en que simplemente no se entendían. Pero siempre lograban superarlo, siempre lograban encontrar una solución y volver a la calma. Se decían que el amor verdadero era eso, trabajar juntos para superar las dificultades.
Pasaron los años y la pareja se fue fortaleciendo cada vez más. Ya no eran dos jóvenes estudiantes, sino dos adultos con metas y sueños propios. Pero siempre se apoyaban el uno al otro, siempre se acompañaban en los buenos y en los malos momentos.
Un día, la chica le propuso casarse. Él, sin dudarlo ni un segundo, le dijo que sí. Se casaron en una hermosa ceremonia al aire libre, rodeados de familiares y amigos. Fue un día muy especial para ambos, un día que nunca olvidarían.
Después de la boda, la pareja comenzó a pensar en tener hijos. Ella siempre había querido ser madre, y él estaba dispuesto a ser el mejor padre del mundo. Así que, después de un tiempo, finalmente llegó el momento de dar la bienvenida a su primer hijo.
Fue un momento de alegría y emoción indescriptibles. La pareja se sintió completa, como si finalmente hubieran encontrado su verdadera vocación. Criar a su hijo fue una experiencia única, llena de retos y de momentos inolvidables.
Pero, como todas las cosas, el tiempo fue pasando y la pareja comenzó a notar algunos cambios en su relación. Ya no eran dos jóvenes enamorados, sino dos adultos con responsabilidades y compromisos. A veces se sentían cansados, a veces se sentían estresados y a veces simplemente no tenían tiempo para demostrarse el amor que sentían.
Pero a pesar de todo, siempre se recordaban el por qué se habían enamorado en primer lugar. Se recordaban las miradas cómplices, los besos apasionados y las risas compartidas. Y se daban cuenta de que, a pesar de los altibajos, siempre habían sido una pareja fuerte y sólida.
Y así, con el paso de los años, la pareja se convirtió en un cuento corto pero inolvidable. Un cuento que ellos mismos se leerían mil veces, recordando siempre lo que había sido y lo que aún podría ser. Un cuento que, a pesar de los obstáculos, seguiría siendo una historia de amor verdadero y eterno.