Tradicionalmente, la idea era que el matrimonio fuese para toda la vida y -como decían los sacerdotes católicos- «hasta que la muerte os separe». Lo cierto es que eso hoy en día es solo una quimera: en España, la duración media de los matrimonios es de 15,8 años y estos acaban en divorcio en siete de cada diez casos.
Una nueva forma de plantear las relaciones de pareja, más allá de otras consideraciones, es no hacer un drama de su término. Por eso es que un divorcio feliz puede ser una oportunidad para crecer como ser humano, sin rencores ni enquistarse en batallas judiciales que pueden llevar años y años. Desde hace ya casi una década, en algunos bares de España se ha impuesto con gran éxito la tendencia de celebrar «bienvenidas de solteros», verdaderas fiestas postseparación, incluso con locales que se especializan en ello.
Antecedentes históricos
Algo que nos puede ayudar a entender por qué antaño el matrimonio se planteaba como meta vital es que hasta hace relativamente poco -1900-, la esperanza de vida al nacer no excedía los 40 años, mientras que ahora en España roza los 83. Por lo tanto, no era tan raro que se mantuviera una sola pareja, con la cual se tenían hijos y se compartía su crianza. Por entonces, la mujer no se había incorporado al mundo laboral en forma masiva, factor que en la actualidad ha supuesto su independencia y empoderamiento.
Muchas veces -y al margen de la legislación del momento- no se daba el paso del divorcio por cuestiones económicas, ya que la mujer separada o viuda quedaba desamparada. No hay que olvidar que hasta 1975 tenía que solicitar autorización al marido para abrir una cuenta corriente en el banco u obtener pasaporte, así como para comprar y vender determinados bienes.
Una ruptura inteligente
Por otra parte, había una poderosa razón para no forzar las separaciones, y era el bien de los hijos. Aunque un matrimonio se la pasara discutiendo, se consideraba importante evitar que la descendencia sufriese vaivenes emocionales o acabase traumatizada. Pero hoy en día, ya sabemos que un divorcio feliz puede ser beneficioso para los niños, siempre y cuando se sepa gestionar de forma civilizada y no se presente al otro como el culpable.
Sin duda, es mejor que dos personas decidan tomar rumbos separados, pero conservando una comunicación respetuosa -y con el cariño de quienes un día se amaron-, que un matrimonio que se agrede constantemente. Y esto es algo que los pequeños y los adolescentes perciben con claridad.
Hay, además, un elemento cada vez más presente en las relaciones, y que tiene que ver con la experiencia de vida de cada quien. Cuando se ha madurado, se tiende a relativizar la importancia de las rupturas y hacerlas menos traumáticas. Sobre todo, no se siente la necesidad de convertir a la otra persona en una suerte de «chivo expiatorio».
A medida que se crece emocionalmente, es posible apreciar el proceso de ruptura como algo natural y cada vez duele menos. Ver a la ex pareja como alguien con quien se ha compartido un tramo del camino, y no como un traidor que os ha «engañado», será positivo para vosotros.
Así que, si os encontráis en un proceso de estas características, pensad que -ante todo- éste no es el fin del mundo y que un divorcio feliz se entiende como la finalización de una etapa que os abrirá las puertas a nuevas perspectivas.